¡POR QUÉ SOY FELIZ!

jueves, 26 de diciembre de 2013

MI HERMANO MENOR



Hacía 3 años que no lo veía, sin embargo parecía que fueran más. Estaba igualito, algo subidito de peso quizá, pero con la misma chispa y la misma alegría de los años pasados.  Bien dicen que la navidad es felicidad, es reencuentro y eso es  justamente  lo que significó para mí la  presencia  de mi  hermano  ausente. Aún recuerdo cuando  mi hermana le decía “no te vayas, quédate en Tacna. Si te vas a Lima va a ser para que te quedes allá”. Cuánta razón tenía al decirlo, ella lo presentía y así fue. Hace 7 años que se fue y sus idas y venidas disminuyeron paulatinamente hasta que el fantasma  del olvido  nos distanció.

  Ayer después de muchos años regresó, ya no de incógnito como nos tenía acostumbrados, sino con mensajes de sorpresa para deleite de toda su familia.  Mi corazón se regocijó de alegría por su presencia. Allí estaba, radiante de contento, feliz  y, sobre todo, honroso  de representar al padre ausente (que dios lo tenga en su gloria) compartiendo  la cena navideña, como cuando éramos niños y abarrotábamos la mesa para desesperación de mi madre.  Expuso un breve discurso, cual novel político en campaña. Todos reíamos y no pude evitar quebrarme al ver a mi hermano menor, el niño pequeño que retozaba por el patio  descalzo detrás de su pelota,  con el rostro cubierto de polvo,  representaba dignamente a  mi padre como cabeza de familia y,  sentí, después de mucho tiempo,  renacer el orgullo de tener a mi  hermano menor en casa.

domingo, 24 de noviembre de 2013

                                        EL PEQUEÑO ADERLY

El primer concurso de matemática sirvió para darme cuenta de su grandiosa inteligencia. No había reparado en su presencia, salvo las contadas veces que las niñas lo mencionaban en sus imaginarios amoríos a los que yo increpaba enojada.
-¡Cómo te fue? ¿Terminaste todo?- le interrogué ansiosa, al verlo parado cerca a mi pupitre, al término del concurso de matemática.
-Mmm… más o menos- añadió frotándose las manos avergonzado.
-¡No importa Aderly! Estoy segura que fue el mejor examen.- le dije acariciando su cabecita. Complacido, él se fue a su lugar sin quitarme la vista. Me quedé pensando, escudriñando en mis pensamientos cuán difícil estuvo el examen! 

Era muy pequeño para su edad, sus cachetes rosaditos brillaban a la luz del día y me atrevo a afirmar que ese era su encanto porque muchas veces oí a las niñas pregonar “sus cachetitos lindos” mirándolo de reojo, huyendo luego ellas sonrojadas al percatarse de mi presencia. Pronto su popularidad invadió el aula, cuando fue condecorado en la formación  con la medalla de bronce, recibiendo los aplausos con  excesiva timidez, exhibiendo orgulloso su medalla. 

Desde aquel día no pasaba desapercibido en la formación ni en el recreo porque siempre era señalado por algunos curiosos y, más aún cuando fue elegido “Compañero ideal” por sus demás amigos. Los gritos de alegría retumbaron el aula cuando, al término de las votaciones, él se llevó de encuentro a los demás participantes por amplia diferencia. Pensé, dado a su timidez, que rechazaría la nominación pero, me causó asombro cuando dijo extasiado de felicidad:
-¡Yo quería ser el compañero ideal!- sonriendo tímidamente, mientras los demás lo ovacionaban a rabiar, abrazándolo, estrujándolo, palmoteando la mesa en señal de triunfo, sin una pizca de envidia, llenos de optimismo. Me quedé segundos, minutos observando la escena sin decir una sola palabra, conmovida por la camaradería en mis alumnos. Los dejé, sin protestar, saciar sus ímpetus, mientras  guardaba en mi bolso las prácticas, mirándolos de tanto en tanto, sonriendo complacida del hermoso momento que estaba viviendo  y que nunca olvidaría.



domingo, 4 de agosto de 2013

PERDÓNAME PAPÁ

No lo pensé más… era hora de romper ese hielo que me alejó de ti tantos años. Aferrada al manojo de claveles frescos en mi pecho, me dispuse a verte. En el trayecto, las dudas me consumían y la angustia de reencontrarme contigo me paralizaba. Atravesé el inmenso portal de entrada, algunos mozuelos indagaban  y ofrecían “agua
” a todos los que por ahí pasaban.
De lejos divisé tu sepulcro e imaginé tu silueta encorvada, tus brazos descansando en tu espalda  y tu mirada seria clavándome el rostro. Los ojos se me nublaron y me sumergí en una profunda depresión y tristeza recordando los maravillosos momentos  que me regalaste en vida como cuando nos traías los chisguetes de agua en carnavales a la casa del abuelito; cuando llevaste a la familia en pleno al carrusel, causando admiración entre los presente al ver  una familia tan numerosa como la nuestra; o cuando compraste el ansiado televisor y lo trajiste en una caja de cartón para darnos la sorpresa… oh cuánta alegría sentí. No sabes el enorme placer que nos regalaste papá. En honor a ello, te pedí perdón papá, sí, perdón, por mi indiferencia y el largo resentimiento que me atosigaba  cada 28 de julio, el día de tu cumpleaños  y que me hizo más daño a mí que a ti. Empapada en mis lágrimas no lograba articular palabra alguna. Tú dejaste que me desahogara. Poco a poco fueron desapareciendo de mi memoria, tus largos años de ausencia, las privaciones, tus idas y venidas  abarrotadas de furia desmedida. Te perdoné papá. Lo necesitaba.  Nos perdonamos ambos y sentí por fin la paz que tanto ansiaba y que yo misma me encargué de expulsar.  Me he reconciliado contigo y no sabes el bienestar y tranquilidad que me embarga ahora, después de sumirnos en ese abrazo imaginario tantas veces soñado. Te quiero papá. 

martes, 8 de enero de 2013

EL ÚLTIMO BAILE

Levanté la vista y te pude divisar entre el griterío de niñas que jugaban a las señoritas pintadas de vestido largo y tacón alto. El color de tu vestido te caía bien, estabas radiante, elegante, erguida como siempre y esa sonrisa tan tuya que te hace única. Sonreías mientras te desplazabas a lo largo de la pasarela, ataviada y bien cogida del brazo de quien en ese instante se creía tu dueño. Olvidaron mencionarte. Qué desgracia, pero no importaba, tú avanzabas dichosa, con el cabello ensortijado cayéndote por los hombros, tu vestido turquesa largo y nosotros tus padres aplaudiendo, intentando detener el momento para observarte y darnos cuenta cómo había pasado el tiempo, éste avanzaba sin tregua de manera irremediable.

 Me aferré a tu padre con una tristeza inexplicable, un sollozo atravesado en la garganta. Hubiera querido retroceder el tiempo y verte de niña cuando en nuestras innumerables salidas arrastrabas contigo a tu inseparable muñeca “Sonia” odiada por mi, que por su enorme tamaño y tu corta edad, no podías con ella, obligándome sin chance a cargarlas a ambas en mis brazos cuando nos trasladábamos a la casa de mi madre; o tu juego de cocina que introducías en mi bolso asegurándome hasta el cansancio que tú lo cargarías; o tus pelotitas de colores que a escondidas colocabas en los bolsillos de mi chompa. La niña que otrora correteaba en casa descalza, sin importarle su cabello enmarañado, estaba allí convertida en una risueña señorita, alegre, positiva, empapada de sueños e ilusiones.

 Ese día pleno de confusiones, risas, despedidas apresuradas comprendí finalmente que los hijos te pertenecen sólo hasta cierta edad, porque sin más remilgos pasamos a segundo plano, reemplazados enérgicamente por los amigos y amigas. A pesar de que te desvives en confesar que tus padres seremos siempre primero y, créeme hija, doy por hecho tus palabras, es inevitable que en el transcurso de tu vida albergues nuevos sentimientos. Mientras tú bailabas, charlabas, quien sabe de qué, los padres ubicados a cierta distancia conversando algunos, durmiendo otros, batallábamos con el feroz aburrimiento esperando el momento preciso para llevarte y vuelvas a ser en casa la niña de tus padres.