¡POR QUÉ SOY FELIZ!

miércoles, 16 de febrero de 2011

EL INCORREGIBLE TAVO

16 de Febrero  del  2011

-¡Maestra, Tavo  me ha escupido en la cara! -dice Willy  sollozando  apesadumbrado, sin consuelo, frotándose el rostro con ambas manos mirando de reojo a Tavo.
-¡A mi también!- aduce Catita tímidamente, que se había acercado disgustada para sentar su queja, esperando nuevamente, justicia de mi parte. Levanto la vista buscándolo, él se percata, cruzamos miradas y sin que yo lo llame  se acerca a mi pupitre  escudriñando en mi rostro el castigo q recibirá. Se ubica frente a mi, bastante locuaz, conversador e impetuosamente malcriado. A sus 10 años se había convertido en líder absoluto de la osadía y travesura infantil del aula, remedón insaciable, mago poniendo apodos  y eterno enamorado de las niñas nuevas.
-¡Qué hiciste?-interrogué ofuscada hasta el cansancio.
-¡No le hice nada maestra!- aduce con el  rostro fruncido, moviendo las manos en son de protesta. -¡Por gusto me acusan!-vuelve a objetar bastante malhumorado refregando sus diminutas uñas en el pupitre mientras me lanza  miradas inquisidoras.
 -¡Es que…! intentó defenderse, frunciendo el ceño. Nuevamente lo mismo de todos los días:  testigos,  tremenda perorata de mi parte, llamadas  de atención intimidatorias…y al final CULPABLE . Estaba acostumbrada a esos menesteres. Me di cuenta que los castigos (dejarlo sin recreo, pararse en la esquina del aula por varios minutos, disculpas suyas hacia sus víctimas) no hacían mella en él. Cada día me dedicaba a observarlo y detectaba con infinita tristeza que su comportamiento empeoraba vertiginosamente. Ubiqué su lugar en el primer asiento frente a mi, para “estirar mi  brazo y castigarlo” les decía mirándolo  de reojo; todos  reían complacidos seguros de cumplir mi palabra. No encontraba  en él un atisbo de mejoría. Al toque de la campana interrumpía sus quehaceres diarios  y corría al patio, originando tras él    tremenda trifulca con consecuencias desastrosas: cuadernos  extraviados, lápices desaparecidos, monedas  sustraídas maliciosamente por los demás, quienes  a empellones se disputaban, siguiéndolo muy de cerca su cuadrilla perfecta  coreando victoriosos  “recreo, recreo, recreo”- girando  sus chompas como trofeos de guerra lanzándolos al aire, curioseando a todos lados buscándome desesperados y  al percatarse de mi presencia paraban en seco, titubeantes,   asustados, observando cómo me situaba frente a ellos, molesta, fastidiada por la conducta reincidente cuyas consecuencias  desastrosas, ya sabíamos.
Una mañana, cuando llegaba al colegio,  me detuvo una madre de familia en la puerta a preguntar por el rendimiento de su niño; yo traía colgado al hombro mi bolso repleto de cuadernos  y en las manos un folder con  otro tanto de cuadernos revisados por mi en casa, miraba vanamente  a todos lados buscando “alguien” que me ayudase,  cuando daba por finalizada mi búsqueda …aparece  desde lejos Tavo, extremada  y rabiosamente tarde,  caminaba  mirando el piso, buscando latas y pateando de vez en cuando  una botella de plástico que lanzaba lejos dejando al oído un ruido estrepitoso que fastidiaba a los pocos transeúntes que en ese momento circulaban regalándole gestos maliciosos. Reía  mirando a sus costados al cruzar la pista, recordando seguramente sus fechorías “sin malicia” como las llamaba. A escasos   metros de llegar al colegio  se percata de mi presencia y lejos de intimidarse por su tardanza,  hábito común en los niños y tratar de pasar desapercibido,  se acerca y me dice:
-¿Maestra  la ayudo?-con el rostro más angelical  y bondadoso que halla visto.
Estira sus brazos por los cuadernos y el folder. Ese gesto suyo me conmovió tremendamente  y me hizo reflexionar en segundos su conducta. Nunca  hubiera imaginado que aquel niño incorregible, maldadoso,  pelinco, complicado a rabiar, difícil de educar,  albergara en su interior indicios, signos de cortesía y  solidaridad, .  A penas terminó mi  charla me apresté a subir al aula para agradecerle y decirle lo que sentía, pero no lo encontré, lo busqué con la mirada inútilmente, quise indagar con los demás, no fue necesario, en ese instante ingresaba.
-¡Gracias Tavo!- le sonreí. Todos observaban extrañados. ¿De qué agradecía la maestra  al malcriado de Tavo?  ¿Por qué le sonreía amigablemente? Desde aquel día  puse peculiar atención a su conducta maliciosa, tratando de corregirlo verbalmente sin castigos ni amedrentamientos.  No obtuve resultados inmediatos,  pero su conducta iba mejorando paulatinamente y era aceptado  gradualmente  por su compañeros.
 Al finalizar el año  sabía con exactitud quiénes requerían afianzar  lo aprendido con urgencia  en las vacaciones  y quienes, para tristeza de ellos,  repetían el año.  Pero a él parecía no interesarle.
-¿Me puedo ir al recreo?- Decía al finalizar cada examen.
-¡Claro que si, ya vez que todo se puede!- le decía golpeando  cariñosamente su cabecita. El asentía y corría  hacia el patio dando sus graciosas piruetas  sin importarle que lo observara y   sin imaginarse en el terrible dilema en el que me dejaba su pésimo rendimiento, sin saber a ciencia cierta si le brindaba, generosa, la ayuda que no me pedía  para que pase de año y tener el grato honor de tenerlo nuevamente como alumno  o dejarlo en el mismo grado, con nuevos compañeros más  instruidos o listos   que él  y con nueva maestra más  tolerante  o regañona que yo.