¡POR QUÉ SOY FELIZ!

martes, 8 de enero de 2013

EL ÚLTIMO BAILE

Levanté la vista y te pude divisar entre el griterío de niñas que jugaban a las señoritas pintadas de vestido largo y tacón alto. El color de tu vestido te caía bien, estabas radiante, elegante, erguida como siempre y esa sonrisa tan tuya que te hace única. Sonreías mientras te desplazabas a lo largo de la pasarela, ataviada y bien cogida del brazo de quien en ese instante se creía tu dueño. Olvidaron mencionarte. Qué desgracia, pero no importaba, tú avanzabas dichosa, con el cabello ensortijado cayéndote por los hombros, tu vestido turquesa largo y nosotros tus padres aplaudiendo, intentando detener el momento para observarte y darnos cuenta cómo había pasado el tiempo, éste avanzaba sin tregua de manera irremediable.

 Me aferré a tu padre con una tristeza inexplicable, un sollozo atravesado en la garganta. Hubiera querido retroceder el tiempo y verte de niña cuando en nuestras innumerables salidas arrastrabas contigo a tu inseparable muñeca “Sonia” odiada por mi, que por su enorme tamaño y tu corta edad, no podías con ella, obligándome sin chance a cargarlas a ambas en mis brazos cuando nos trasladábamos a la casa de mi madre; o tu juego de cocina que introducías en mi bolso asegurándome hasta el cansancio que tú lo cargarías; o tus pelotitas de colores que a escondidas colocabas en los bolsillos de mi chompa. La niña que otrora correteaba en casa descalza, sin importarle su cabello enmarañado, estaba allí convertida en una risueña señorita, alegre, positiva, empapada de sueños e ilusiones.

 Ese día pleno de confusiones, risas, despedidas apresuradas comprendí finalmente que los hijos te pertenecen sólo hasta cierta edad, porque sin más remilgos pasamos a segundo plano, reemplazados enérgicamente por los amigos y amigas. A pesar de que te desvives en confesar que tus padres seremos siempre primero y, créeme hija, doy por hecho tus palabras, es inevitable que en el transcurso de tu vida albergues nuevos sentimientos. Mientras tú bailabas, charlabas, quien sabe de qué, los padres ubicados a cierta distancia conversando algunos, durmiendo otros, batallábamos con el feroz aburrimiento esperando el momento preciso para llevarte y vuelvas a ser en casa la niña de tus padres.