¡POR QUÉ SOY FELIZ!

martes, 31 de enero de 2012

¿OTRA VEZ TARDE?

Se iniciaba con infinita alegría la primavera. El rocío de la mañana conjugaba perfectamente con el agradable olor del pasto fresco y limpio.  Mi ánimo atravesaba los más altos índices de  júbilo y felicidad. Cada vocecita resonaba con música en mis oídos, los murmullos y cuchicheos protagonizados con vehemencia por los atolondrados pequeñines, representaban coros melodiosos de canciones bellas que antojadiza tarareaba meneando acompasadamente la cabeza, imitada perfectamente por Angela,  Danitza  y Tavo que a escondidas pugnaban en elevar más su voz acallando al otro. Sin darnos cuenta más voces se unieron al coro  tornándose luego en un coro general cantado en  voz alta.  Luego de unos minutos, volvíamos a la clase, despertando la protesta airada entre risas y gestos de Tavo y Pepe que me acusaban sin medida de suspenderles tan gratos momentos después de haberlos antojado. La grave acusación fue interrumpida solemnemente por la llegada tardía de Tony que, ubicado en la pizarra, me miraba con sus ojos  atiborrados de melancolía, pestañeando sigiloso a todos lados esperando sin tregua  el abucheo general.
-¡siempre llega tarde!-escuché una aguda voz. Las miradas con reproches  dirigidas a Angela me indicaban quien fue. No tenía la menor intención de amonestarlo. Ha de ser alguno de esos días en los que nos quedamos dormidos sin querer, además era un día precioso para matizarlo con reprimendas. Ignoré  sin vacilación esa tardanza.  Entregué a Tony su hoja para que cortara sin pérdida de tiempo la figura de los animales y pueda realizar su trabajo de los “seres vivos”. En el recreo, las risas de las pocas niñas que quedaron en el aula para jugar a las muñecas matizaron aquel primaveral día que anunciaba tenue garúa a la hora de salida. Después de dos días, Tony volvió a  llegar tarde. Las llamadas de atención pertinentes de nada valieron; al quinto día nuevamente tarde, otra llamada de atención escrita para sus padres. Amonestación ignorada totalmente. Otro día, igual.
-¿Otra vez tarde?-le increpé molesta. No pronunció palabra alguna. Miraba de soslayo a los más injuriosos que malévolamente le imputaban con gestos sus reiteradas tardanzas injustificadas. Tavo ninguneaba a más no poder al tardón y dejaba ver orgulloso sus picados dientes con una sonrisa burlona acompañado de amenazas endebles que se desvanecían en el suave murmullo. Junior se aprestaba a liderar como siempre, el coro grupal: ¡tarde, tarde! levantando la mano en señal de inicio esperando sólo el apoyo de Tavo. Nadie gritó. Tony, presagiando el nefasto  coro reprimía desesperado las gruesas lágrimas que escapaban por su rostro impacible sin moverse.  Tampoco tuve el valor de amonestarlo, el vapuleo desmedido de sus compañeros sopezó airadamente cualquier castigo.  Era una sucesión continua de tardanzas e inasistencias que los padres no justificaban.
-¿Por qué llegaste tarde Tony?-inquirió amigable Diana que se había acercado a tajar su lápiz sin punta. Se le quedó varios segundos mirándolo al rostro. No le respondió. Se fue presurosa a su lugar sin darle importancia.  Poco a poco Tony recobraba su natural forma de ser, transcribiendo presuroso los ejercicios de la pizarra, gritando ¡Pri! en competencia con otros, ¡segundo! le seguía otro en riña con un tercero, pugnando en no perderse un solo minuto del esperado recreo que ya llegaba para alegría de todos.
Algunos días después, me entrevistaría a primera hora con la madre de Tony, señora humilde, respetuosa y educada. Por lo tanto debía apresurarme en llegar más temprano que nunca. Salí media hora antes  que de costumbre,  para imprimir  unas hojas urgentes de práctica que tomaría ese día, debido al término de tinta del cartucho de mi impresora, que me obligaba a caminar un trecho. Crucé rauda la calle con mis pensamientos alborotados, llevaba mi maletín atiborrado  de cuadernos que me obligaban a cambiar de vez en cuando de brazo para el descanso obligado del otro. Tomé un pasaje   estrecho para cortar camino, cuando inesperadamente mis ojos se fijan en la figura de un niño. Estaba de espaldas, uniformado, su mochila a un costado de la inmensa canasta de pan que se ubicaba en su delante, obviamente estaba vendiendo, deseaba equivocarme, indagué visualmente otros detalles, el cabello, los ademanes, no había duda: era Tony. El niño que todos los días llegaba tarde recibiendo humillaciones de parte mía, sí de parte mía y de sus compañeros, increpándole sus reiteradas tardanzas, exigiéndole su puntualidad ante todo, vendía pan todas las mañanas levantándose más temprano que nosotros, ejerciendo una responsabilidad que a su edad  no le pertenecía… ¡cómo no me di cuenta antes!.  No me acerqué, se avergonzaría. Decisión inesperada. Caminé sin vacilar en dirección a él, pocos metros de distancia me separaban. No cabía duda, era él. Su mochila azul de tela bordada con manchas de tinta de lapicero, me aseguró su presencia.
-¡Tony!-le dije suavemente tocándolo a la espalda. Él giró y…me miró con esos ojitos tristes, tiernos, dulces y…me sonrió. Nunca olvidaré ese  momento y ese rostro de mi memoria. Un fuerte sacudón invadió mi ser e hice enormes esfuerzos para no quebrarme.
--¡Este…-titubeé, no supe que decirle, me paralicé…segundos…al fin exclamé:
-¡Puedes llegar tarde todos los días!-le manifesté. ¡Eres un excelente niño! Me despedí con una sonrisa y mientras me retiraba voltée para levantarle la mano, él me seguía feliz con la vista enseñándome nuevamente esos dientecitos que en su trigueño rostro brillaban por su blancura.