Cuando el patio se
encuentra abarrotado de niños somos felices, soy feliz, el colegio cobra vida,
todo es vida: las escaleras, los pabellones, las aulas, hasta las envolturas de
caramelos lanzadas al aire por algún despistado parecen parlotear. En fin, observar el patio en la hora del recreo es un
verdadero deleite. El enjambre de niños que
se pugnan a codazo limpio los
arcos para el fútbol, es una maravilla.
Discusiones airadas: los más
Discusiones airadas: los más

Escuchar el sonido de la
campana es otro deleite. Basta agitar un segundo la campana para que corran
como hormigas a distintas direcciones: unos a sus aulas, otros al baño, otros
al kiosco y, los más frescos, con el
caminar de una tortuga, se disponen a continuar sus juegos de canicas a escondidas detrás de las aulas. Observar la
hora del recreo es vivir con intensidad cada día de mi vida. Soy feliz. He
aprendido a apreciar lo bueno de mi trabajo y los niños con sus defectos y
virtudes como nosotros, son la parte
primordial de él. Un patio vacío cada fin de semana, es fúnebre, mustio y las
aulas melancólicas, hasta las palomas, asiduas visitantes, desaparecen para
retornar fielmente los lunes en la formación.