EL PEQUEÑO ADERLY
El primer concurso de matemática sirvió para darme cuenta de
su grandiosa inteligencia. No había reparado en su presencia, salvo las
contadas veces que las niñas lo mencionaban en sus imaginarios amoríos a los
que yo increpaba enojada.
-¡Cómo te fue? ¿Terminaste todo?- le interrogué ansiosa, al
verlo parado cerca a mi pupitre, al término del concurso de matemática.
-Mmm… más o menos- añadió frotándose las manos avergonzado.
-¡No importa Aderly! Estoy segura que fue el mejor examen.- le
dije acariciando su cabecita. Complacido, él se fue a su lugar sin quitarme la
vista. Me quedé pensando, escudriñando en mis pensamientos cuán difícil estuvo
el examen!

Desde aquel día no pasaba desapercibido en la
formación ni en el recreo porque siempre era señalado por algunos curiosos y,
más aún cuando fue elegido “Compañero ideal” por sus demás amigos. Los gritos
de alegría retumbaron el aula cuando, al término de las votaciones, él se llevó
de encuentro a los demás participantes por amplia diferencia. Pensé, dado a su
timidez, que rechazaría la nominación pero, me causó asombro cuando dijo
extasiado de felicidad:
-¡Yo quería ser el compañero ideal!- sonriendo tímidamente,
mientras los demás lo ovacionaban a rabiar, abrazándolo, estrujándolo,
palmoteando la mesa en señal de triunfo, sin una pizca de envidia, llenos de
optimismo. Me quedé segundos, minutos observando la escena sin decir una sola
palabra, conmovida por la camaradería en mis alumnos. Los dejé, sin protestar,
saciar sus ímpetus, mientras guardaba en
mi bolso las prácticas, mirándolos de tanto en tanto, sonriendo complacida del
hermoso momento que estaba viviendo y
que nunca olvidaría.