03 de Noviembre 2011
Era un día espléndido. La fecha de finalización del año escolar había llegado. Ella lo había esperado con mucho ímpetu, se le notaba en el rostro, en cada gesto, en cada pensamiento propinado en voz alta. Todo cuánto hiciera lo haría bien, porque estaba verdadera, literal y completamente feliz, no le importaba traslucir en su sonrisa sus dientes mal formados delante de sus compañeros, bueno al fin y al cabo ellos ya la conocían y la aceptaban tal como era. Le entregarían su diploma de aprovechamiento como todos los años, todos la felicitarían y sus padres orgullosos la abrazarían, la apachurrarían, ¿sus padres? de pronto un sobresalto la paralizó. Su rostro maquilló una sonrisa forzada . Miró a su maestra y no dijo palabra alguna. Ella respetó muy bien sus sentimientos.
-¡Termina de copiar tu tarea para que puedas retirarte a casa!-añadió certeramente su maestra sin quitarle la vista de encima, haciendo gestos graciosos para arrancarle una sonrisa sincera. No lo consiguió.
-¿Qué pasó? ¿Por qué tan temprano en casa?- le dijo su madre al verla, sorprendida, intentando indagar alguna respuesta. Tenía un mandil sujetado a la cintura, el cabello ensortijado cayéndole por los hombros, usaba poco maquillaje, lo suficiente para una humilde madre de familia que irradiaba carisma a raudales.
-Mami ¿crees que mi papá vaya a la clausura?-titubeó esperando un comentario que satisfaga su curiosidad, que calme sus nervios afiebrados.
-¡Seguro que irá hijita!...¿Por qué no lo vuelves a llamar y le avisas?-replica mientras seca los platos.
-¡Sí, si, si si lo haré!-agrega Katty tímidamente dirigiéndose a su cuarto, dejándose caer unos minutos extenuada, pasando por su cabeza miles de pensamientos atrofiados, batallando consigo misma y recordando los hermosos momentos en que su padre hilvanaba generoso palabras amorosas a su lado haciendo graciosas piruetas en el piso cuando alguien le sugería una foto familiar; cuando la apachurraba besuqueándola feliz por alguna sobresaliente nota que festejaban con una salida a la tienda por unos chocolates; cuando imitaba perfectamente bien, con aires de princesa creída, a las damas coquetas luciendo orgulloso los cachitos en el cabello que ella, jugando a las peinadoras se lo hacía; cuando desfilaba con los pantalones holgados por el dormitorio arrancando carcajadas e hilaridad general entre los presentes; ¡cómo reían!. Desde que se deterioraron las relaciones matrimoniales de sus padres Katty no tenía acceso a la ternura de éste, sus ausencias diarias adherida a su carácter férreo lesionaron su frágil personalidad, mitigando a bocanadas su amor paternal. Las discusiones familiares se resolvían a menudo con reproches, lágrimas, gritos atravesando como dardos fulminantes en la atmósfera tensa, cayendo al fin en el alicaído cuerpo de Katty que desesperada exteriorizaba su vano intento de arrancar una sonrisa a su padre que miraba visiblemente enojado todo cuanto le rodeaba culminando su presencia con un certero golpetazo a la puerta, completando otra de sus ausencias, pero esta vez para siempre. Cada recuerdo traía consigo lágrimas interminables deteriorando hasta el cansancio su salud emocional. Su tierna sonrisa y su carácter amable fueron reemplazados por la tristeza y la angustia impidiéndole en clases y en su vida diaria resolver situaciones cotidianas. El fantasma de la inseguridad hizo su aparición para quedarse sin tregua a su lado.
Al cabo de unos minutos, una leve paz se apoderó de ella. Se levantó sosegada, como si los momentos de reflexión en su cama eliminaran por completo cualquier vestigio de duda e incertidumbre devolviéndole la calma y tranquilidad que hace mucho no sentía.
Ya en la ceremonia de clausura, ambas se situaron en los asientos traseros. El patio estaba sacudido por un ligero vocerío, los profesores miraban con disimulado asombro las conductas febriles de los alumnos intentando acallarlos con airados ademanes. Katty, de vez en cuando miraba la puerta, albergando en lo más recóndito de su interior la esperanza de ver a su padre ingresar con su tierna sonrisa atiborrada de gestos lisonjeros, que matizaban tan bien en los tiempos en que el hogar olía a vida, tiempos en que se les permitía a los miembros de la familia respirar vida sin reproches ni gritos. Su sola presencia en el recinto echaría por tierra sus años de olvido, sus largas ausencias por el “trabajo acumulado” como solía decir, sus tristezas reprimidas y sus lágrimas derramadas en las noches de cálido vacío. Nada presagiaba su presencia. Pero este año sería diferente, porque él vendría y cuando llegue el momento de la entrega de diplomas él se lo dará orgulloso, abrazándola tiernamente, depositando un tierno beso en su mejilla y acompañándola a su sitio para quedarse con ella. No habrá padre más orgulloso que él de su hija y ella de él.
Los flashes de las cámaras se iniciaron. Los minutos transcurrían, aplausos, risas, abrazos y carcajadas de los presentes combinaba sutilmente el ambiente festivo. Katty permanecía sentada con el rostro sereno, de vez en cuando distraía su mirada observando a las pequeñas de primer grado que melosas y engreídas con su diploma en mano exigían al padre le compren el chocolate más caro aprovechando el generoso bolsillo de éste que feliz complacían a sus pequeñas. Los últimos aplausos indicaban que pronto le llegaría su turno, no quiso voltear más, eso la inquietaba y desesperaba. Sus manos sudorosas pasaban de un lado a otro el lapicero que terminó cayendo al piso pisoteado y con nuevo dueño. Aplausos estrepitosos estallaron como si todo el público se diera cuenta de sus enloquecidos nervios, ella agradeció los aplausos y recibió su diploma temblorosa reprimiendo sus inmensos deseos de llorar. Búsqueda inútil con la mirada. Él no estaba, nunca llegó. Al fin había llegado ese momento…y su padre nunca llegó. La madre vigilaba la mirada de su hija…la vio feliz y ella también lo estaba, no importa que no hubiera llegado, no importa que no la acompañara a recibir su diploma, ese diploma que le costó tantas noches de sacrificio, de desvelo, de esfuerzo por la tarea cumplida. Ya no importaba. La ceremonia terminaba y ya nada interesaba, todo había acabado en unos minutos, ella hubiera querido correr hacia fuera y llorar a carcajadas. Un nudo en la garganta se lo impidió.
-¡Señora felicitaciones, tiene usted una excelente hija!- balbuceó la maestra, que abrazaba a katty despidiéndose, correspondiéndole ella con un abrazo y dejando caer las lágrimas contenidas que limpiaba avergonzada.
Al cabo de tres meses, ella aún sigue esperando ilusionada, que su padre le diga:
-¿Hola hijita?, ¿Cómo te fue en el colegio? Aun sigue esperando el tierno abrazo de felicitación, el beso de un padre orgulloso, el afecto y ternura que le fueron negadas sin saber el por qué. No importa que fuera tarde, ella lo sigue esperando y cuando lo vea correrá a sus brazos para decirle: ¡Papi, te quiero mucho!
En honor a una de mis mejores alumnas: Katty.